La vida húmeda de un chilango.

http://www.manuelceronte.com / Humedales de Tabasco.

Como todo chilango es inevitable pensar varios albures con dicho título… (Van, los espero en los comentarios, jajaja). Y así es, nunca había estado tan mojado, por tanto tiempo en mi vida. Récord que me habría gustado evitar, sensación que me gustaría borrar, locura que no quisiera repetir.

Por espacio de casi un mes estuvimos navegando por el río Usumacinta sobre un cayuco maya. Los primeros días cumplían con todo aquello que soñé como antropólogo y fotógrafo, pero conforme fueron pasando los kilómetros aquella realidad se tornaba en hiperrealista, no siempre amable pero siempre sorprendente e intensa, siempre.

Pensar que por semanas estuvimos dentro del caudal rodeados por una de las selvas más imponentes de México y que del corazón de esta se escuchaba ininterrumpidamente los ladridos de los monos saraguatos que incrementaban su intensidad hasta generar un estruendo que parecía que la selva entera se iba a caer en pedazos. Por igual, de forma repentina todo se pausaba, como si huebieran cortado la energía que los alimentaba, dejando en el ambiente solo el sonido de las paladas de los remos rompían con delicadeza la superficie del río manso y eso era nuestro contacto con el presente. Así fueron varias semanas y no hubo momento o día, en el que por la lluva, la brisa o el subir y bajar del cayuco no estuviéramos mojados. Todo el tiempo mojados, todo el tiempo mojados, todo, el tiempo, mojados.

Llegar a la orilla poco antes de que bajara el sol entre las montañas para montar el campamento, acomodar todo a la mano de forma metódica como cada noche y ser lo más organizado posible para no consumir tantas baterías de las lámparas y tener todo al tacto con el reflejo de la fogata. Quitarse la ropa mojada y exprimirla para tenderla sobre las cuerdas y sacar de las mochilas algo para dormir igual de húmedo. Era terrible.

Perder la noción de estar dentro o fuera del agua, preferir estar dentro del agua para al menos estar mojado y no sólo interminablemente húmedo, así los días y las noches, así la comida y cada prenda pegada a la piel que te abrazar como si muriera de miedo. Así los días en solitario en medio de la selva hasta que aquellos enormes árboles comenzaron a perder la altura y se fueron convirtiendo en potreros, humedales y con ello unas ocas casas en la rivera, cada vez más presentes, cada vez más cercanas unas a otras.

Conforme avanzaba el cayuco por esas aguas, la gente desde la orilla nos veía con extrañeza, como si hubiéramos salido del pasado, con caras alegres pero del pasado al fin. Hubo varios niños sorprendidos, y saludaban con alegría como rompiendo las reglas, pero hubo un solo hombre, un primer hombre ya mayor (el de la foto) que saludó de forma cadenciosa, como si conociera cada gota del río y secreto de las hojas por las mañanas. No levantó la mano, solo abrió los ojos e iluminó la mirada, parecía que lo entendía todo y nos daba un aval y bienvenida.

Había humedad, eso no se quitó hasta tomar un avión de regreso a la ciudad, pero no podré olvidar cuando ese hombre nos miró, y por momentos con la mirada, nos explicó la razón de haber llegado hasta ahí y de formar parte de aquellos, que por curiosidad se pierden en la selva y al salir, ya no regresan siendo los mismos.

Para esta y otras fotos en venta, visitar:

https://drive.google.com/file/d/1u–qDuPfjq-qcMZAR8B7b60s3-heJJcs/view?usp=sharing

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